Quiero sumarme a los que con orgullo han estado tecleando
a favor de La casa del Dios del amor, tal cual lo llama en su canción himno,
Raúl Vásquez. Aunque no sé qué tan cierto sea eso en estos tiempos, pero me
suena más falso y hasta huachafo aquello de “Isla bonita”.
Lo cierto y concreto es que todos queremos decir algo
sobre esta ciudad que nos vio nacer a muchos o adoptó -y adapto- a otros tantos. Es que esta tierra
como su propia comida tiene un nosequé que nos atrapa, su mishquina, pues.
Cada lugar tiene su particularidad y no voy a decir que
este es el mejor del mundo y tampoco me tendrán haciendo leña del árbol caído.
Porque hablar de Iquitos, creo yo, es como hablar de nuestra madre. Y nadie en
su sano juicio diría una letra mala sobre la autora de sus días así esta ante
los ojos de medio mundo sea una persona cuestionable.
Por eso mis queridos amigos escribiré desde la emoción
desde el nivel del sentimiento, a Pulso de shungo porque siento que en este momento en que
estoy a bordo de un bus interprovincial, en el amanecer del aniversario de mi
ciudad natal, no hay otra forma de hacerlo.
Iquitos es bacán, de ello no tengo la más mínima duda,
esta ciudad se divierte 8 de los 7 días que tiene la semana, y siempre fue así,
desde que tengo uso de razón. Domingo dobletea la gente.
Estos ojos castigados por la miopía galopante y la
carnosidad implacable han visto por estas calles cosas increíblemente
sorprendentes. Como cuando de niño miraba cómo unos ashi hombrecitos podían
cargar mega costales de paja que era usado para hacer colchones o aquellas
carretas de ruedas enormes tiradas por un caballo y donde nos trepábamos a
escondidas del conductor, detrás de la carga, generalmente eran bidones de
kerosene o petróleo.
Yo he visto jugar partidos a muerte en las calles de
tierra de mi barrio o en la zona baja de Belén, donde un recio patacala le
volaba la suela con toperoles y todo los
chimpunes de su rival. Hasta pelotas de cuero reventaban de un patadón. Me he
ganado viendo cómo por esos años maravillosos atrapaban a los raterazos, toda
la gente le seguía hasta atrapar al que osó arrancharle su monedero a alguna
doñita, le entregaban a la policía pero después que le daban tremenda apanada
hasta con semilla de humari.
Estas calles no siempre eran pistas, peor hueco hueco
como ahora. En todo caso eran de tierra con una tremenda zanja en el medio, así
eran los desagües. Y cuando les llegaba la modernidad ¡A bruto!, esas
alcantarillas eran verdaderos túneles, nunca nos inundábamos.
Yo, arriba de los 50 años, pude ver al Amazonas cuando
pasaba por Iquitos, y aunque con su bravura un poquito más y llega a la plaza
de Armas su cauce. Ahí sí era pues, muy cierto eso de: Iquitos a orillas del
Amazonas, el río más caudaloso del mundo.
Yo caminaba por la orilla o me pasaba de lancha en
lancha, vendiendo gelatina, desde Palcazu (Julio C. Arana) hasta Ricardo Palma,
límite del malecón Tarapacá.
Yo me bañé en Pampachica, Pucayacu, Santa María del
Nanay. Pero también en las playas del Amazonas al frente de Iquitos. En una
balsa en medio del largo de Moronacocha aprendí a nadar tragando harta agua
gracias a un temerario empujón de un amigo. Era campeón cruzando Santo Tomás a
brazada limpia descansando en medio río haciendo “el muertito”. Me tiré del
trampolín de los Leones cagándome de miedo, en las losetas rotas de la piscina
de la Gran Unidad MORB me rebané varias veces el pie, y claro, La Carmencita,
entre todas, era papayita y un vacilón.
Ha cumplido 153 años y yo abrí los ojos en este pedacito
de selva justo en su centenario. Desde entonces fue un amor a primera vista, se
le quiere, a tal punto que sales unos días y se le extraña. Que tiene
problemas, que sus servicios son de lo peor, que la basura esta en las calles y
la putrefacción en los gobiernos. Es cierto.
Que ya no somos tan unidos como antes, que ahora
preferimos sacar cara por un color político o sacha líder, y no por nuestra
ciudad o región. Sí, todo eso nos pasa, pero guardo fe que cuando mis ojos se
cierren mis hijos sientan el mismo orgullo y amor por esta cuna del sol y
misterio.
Dios bendiga a los iquiteños, que nos de fortaleza para
que sigamos haciendo el camino a su grandeza.
Por eso, mirando al cielo doy gracias a la vida, porque
al permitirme nacer en Iquitos, ya me ha dado tanto.
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