Tras los lamentables y tristes sucesos que acaban de ocurrir en el país, ya más calmados y en modo reflexivo, solo nos queda dejar la euforia por un lado y la terquedad por otro. Si no somos capaces de reconocer que hay una polarización, una jalada de cuerdas incansable en la vida política del país, pues estamos fregados.
Si hay algo que me preocupa en lo personal es que nuevamente la gran mayoría, “el pueblo", respalda la decisión presidencial de disolver el Congreso.
Y basta tener dos dedos de frente para entender que eso era una situación que caía por su propio peso. No de madura, la fruta se caía sola de podrida. Por eso tras el Mensaje a la Nación del jefe de Estado, Martín Vizcarra, las plazas y calles en gran parte del territorio nacional fueron escenarios de manifestaciones y movilizaciones celebrando tal medida.
Y a pesar de aquella polarización que hablo, no debió sorprendernos como el más de izquierda con el más de derecha, abrazados gritaban a voz en cuello: “Fuera esos corruptos".
Las redes sociales también han servido para leer, leer y releer, cada cosa vinculada al tema del momento. La disolución del Congreso de la República.
Vaya la cantidad de defensores de la democracia, luchadores descamisados contra la corrupción. Ahí estaban aprovechando la coyuntura política para vender su pescado, para llevar agua a su molino. Una vez más nos quedó clarito aquello de: a río revuelto, ganancia de politiqueros.
Y todos sabemos quién es quién en esta comarca del señor. De los consecuentes, de los que fieles a sus principios, ideologías y, hasta de los que tienen intereses legítimos partidarios; de ellos no hablaré. Yo respeto la consecuencia y congruencia en lo que dicen y hacen las personas.
Pero, no me pidan que evite reírme en la cara pelada de todos aquellos y aquellas, que están disfrutando de su hora loca politiquera. A ese circo también hay que rechazar con la misma dureza y firmeza.
Veamos. Qué de serio hay en la posición de los que dicen luchar contra la corrupción y por eso celebran que ya se fueron a su casa estos 130 congresistas, principalmente los fujimoristas y apristas.
¡Uf! Qué indignados se muestran. Pero, ante los indicios, malos olores, denuncias e investigaciones sobre corrupción en las instituciones donde laboran o en la gestión del cual forman parte, ahí si no dicen ni pío. No se manifiestan ni a media voz. No se les ve ni se les escucha. ¡No se oye, padre!
Para quien, en esta región nuestra, es novedad o desconocido los escandalosos hechos en el Gorel, en las municipalidades, direcciones regionales y ugeles, por ejemplo.
Pero, pregunto. ¿Estas respetables damitas y caballeros, que hoy vociferan y escriben su rabiosa posición contra la podredumbre en el poder Legislativo, los han escuchado o leído, siquiera media palabra, sobre las cochinaditas que están, ahí no más, frente a sus narices?
¡No! Y saben por qué, pues porque ellos practican eso de que los corruptos solo están en la vereda del frente, en la otra orilla. En mi casa, en mi grupo político, en mi gestión no pasa absolutamente nada. Todo está muy bien. Es el país de las maravillas.
Corrupto es también el que se hace el loco con las pendejadas de su corrupto. Es aquél que se pasa la vida señalando al otro para distraer la atención sobre, precisamente, su corrupto. Ojo con eso.
O eres o no eres. Debemos ser muy serios, claros y transparentes con nuestra posición. La lucha contra la corrupción, debe ser implacable, tolerancia cero. Venga de donde venga y sea quien sea.
No vale ser, por tal contundente principio, convenido, calculador, doble cara. Eso es hipocresía pura.
Debemos dejar de practicar y normalizar aquello de “mi corrupto no es más corrupto que el tuyo". Muy por el contrario, creo que debemos rescatar valores adormecidos o perdidos, porque es mejor, mucho mejor, ser correcto que corrupto.
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