Estamos en una sociedad donde pareciera que el odio y la violencia le están poniendo en retirada al amor y la paz. Las personas se están dejando arrastrar por la intolerancia y la irracionalidad, sino como nos explicamos por tantos casos que ya quisiéramos fueran arrancados de alguna de esas películas de suspenso y terror, pero lamentablemente son escenas de la vida real.
Aquí en Iquitos, en menos de una semana, se han registrado una serie de actos condenables de padres que han dejado al borde de la muerte a sus propios hijos, por castigarlos salvajemente. Y con la sangre de su sangre, han teñido sus hogares como si fuera la de su peor enemigo. Uno se entera de estas dolorosas noticias y escarba para encontrar una justificación y claro que perdemos el tiempo porque no la hay. Acciones como esta no tienen razón de ser.
Qué puede estar pasando por la cabeza de estas personas. Qué puede motivar que un padre de familia se nuble de mente y arremeta a golpes sin piedad alguna, como la máxima expresión del desamor a un hijo. Qué puede empujarle a dejar su condición de ser humano para transformarse en un monstruo. Y podemos seguir preguntándonos infinitamente y definitivamente no encontraremos respuesta alguna.
Y si así estamos en el seno familiar, imagínense como andamos en las calles, en el trabajo, en la sociedad y en la política. Si así somos de intolerantes al punto de odiar a lo más sagrado de la familia, que esperamos encontrar en los otros espacios. Y la realidad una vez más nos canta su triste canción. La última campaña electoral fue una oda a lo salvaje y al odio desenfrenado. Y estamos comenzando una más, ahora las presidenciales y para congresistas, y que creen. Tendremos más de lo mismo y con sobredosis. Serán hienas o aves de rapiña disputándose cual carnes, los votos de los electores. Malos en casa, malos esposos y padres, consecuentemente malos en el papel que nos toque desempeñarnos en esta sociedad.
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