“Voy a pintar las paredes con tu nombre mi amor, para que sepas que te quiero de verdad” así comienza una popular canción de los Tíos Queridos. Y no sé por qué me viene a la mente cada vez que veo que con la llegada de cada gobierno nos pintan todo de otro color.
Los colores son fundamentales e indispensables en una gestión. Se imaginan, qué sería de una autoridad sin una pincelada que distinga su gobierno. No verdad. Es imposible diría yo.
Por eso ese afán que linda con la huachafería mayor de ponerle un color característico. Una tonalidad que pinte de cuerpo entero al gobernante y a todo lo material que está bajo su control o administración. No sé si a ustedes, pero a mi hasta me indigesta.
Jamás vamos a dejar de reconocer que tal o cual obra son de esta u otra autoridad gracias a que estos personajes siempre cuidan ese trascendental detalle de la pintura.
Ahora nomás pintan desde puentes peatonales, vehículos, confeccionan sus chalecos y hasta se inventan otros escudos institucionales para que la ciudadanía los reconozca mañana, tarde y noche, las 24 horas del día, de todos los días de sus gobierno. Algo así como ponerle un sello de agua a sus 4 o 5 años de mandato.
En Lima el alcalde Luis Castañeda, está en el ojo de la tormenta, porque no tuvo mejor idea que pintar, lo más que pueda, la ciudad de amarillo. Tanto así que no le importa que se atente contra obras de arte, como los murales artísticos que a punto de brochadas de ignorancia mando al carajo con su color distintivo. Es que por encima de todo y de todos, está en que la gente los lleve grabados hasta en sus retinas.
En Iquitos las cosas no son diferentes, denle una mirada a su entorno. Las autoridades pugnan desde el primer día de sus gobiernos en demostrar su alto nivel de ridiculez y simplonada. Ahora. ¿Cuándo cambiará esta vergonzosa realidad? Mejor nos sentamos en malva y dejémosle al arco iris la decisión de pintar con sus colores la vida.
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