Tan poco vale la vida en esta ciudad. Alguien le apaga su existencia a una persona y la justicia le aplica la condena de cuatro miserables años y, de premio consuelo, 2 mil soles de reparación civil.
Desde la aplicación del Nuevo Código Penal, los ciudadanos sentimos que fuimos de Guatemala a guatepeor. Hemos dado pasos atrás en vez de avanzar. Vean, nomás, esas sanciones o condenas a los delincuentes, son más duras que un bizcocho. Más drásticas que abuelita bonachona. Más implacable que huachimán Pacheco.
La terrible muerte de Yamilé a manos de su ocasional pareja, no es sino la confirmación que estamos yendo de mal en peor. Qué puede pasar por la cabeza de una persona para matar a otra con semejante salvajismo y odio. Reventarle la vida a botellazos. Golpe tras golpe hasta dejarlo inerte en el frío piso de su salón de belleza.
Pese a que el asesino fue encontrado en el lugar del crimen, escondido debajo de la cama de su víctima, que confesó su crimen, un juez le dio una condena como si tan solo hubiera matado a una hormiga por un involuntario pisotón. Claro. Es él y los demás integrantes de esa sala penal, los que saben. Son los expertos en leyes. Son los que deben impartir justicia con total independencia. Pero, en serio, esta decisión es indignante. Suena a burla. A un total desprecio por la vida y más parece un tributo al delito. Al crimen.
Pero este lamentable suceso nos pone frente a una vergonzosa y preocupante realidad. La homofobia está latente en nuestra sociedad. Los crímenes de odio hasta son motivos de mofa y burla. Miren nomás la sarta de estupideces y barrabasadas que se han publicado en las redes sociales, al respecto.
Nos lamentamos, nos condolemos, nos mortificamos. Rechazamos y condenamos este crimen. Pero, vale la oportunidad, para que en medio de la desgracia, llorando a su compañera asesinada, los integrantes de la comunidad LGTB, tomen conciencia de que deben cuidarse y por sobre todo valorarse. Ver con quienes se juntan. A quien le abren sus puertas. Ahí hay un trabajo fuerte por hacer. No es suficiente lo que se ha logrado en este trabajo de sensibilización, orientación y educación. Queda mucho por hacer.
La vida es la vida. No hay nada más sagrado. Eso se respeta, sin mirar quién es quién. Y si nos consideramos integrantes de una sociedad inclusiva, moderna, solidaria y democrática, nuestros actos, corazones y acciones no deben marcar diferencia entre unos y otros. Todos somos iguales en deberes y derechos. La vida de un homosexual, de un heterosexual, un creyente o un ateo, se respeta.
@RMezaS
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